¡Mis queridos palomiteros!
La distribuidora Wanda Visión lleva a las
salas de cine Últimos días en la Habana, filme triste, pero en ningún
caso pesimista, del director de cine y escritor cubano de 72 años, Fernando
Pérez Valdés, ganador de un Goya a la mejor película Iberoamericana en el año
2000 por su trabajo La vida es silbar.
Este drama se ambienta en el centro de la
Habana hoy día. Miguel (45 años) sueña con huir a New York. Mientras espera un
visado que nunca llega, trabaja como lavaplatos en un restaurante particular.
Diego (45 años) sueña con vivir. Postrado e inmóvil por el SIDA, libera
toda su energía desde el estrecho camastro del cuarto más pequeño del solar.
Mientras Miguel le da la comida a Diego, vamos descubriendo que ambos
viven juntos como si fueran la noche y el día. Diego es gay, positivo,
luminoso; Miguel es asexual, negativo, oscuro. Diego es el héroe, Miguel
el antihéroe. Pero entre ambos existe una amistad contradictoria e
indestructible, sostenida por un pasado compartido del que sólo ellos conocen
sus secretos.
Ganadora del premio al mejor largometraje Iberoamericano en el festival de cine de Málaga, Últimos días en la Habana ha conseguido mostrar, en toda su crudeza, la vida en la zona más pobre de Cuba, por ejemplo, en la ejecución de trabajos duros remunerados con miserias que impiden el desarrollo de una vida digna.
Y el director de Suite Habana (2003) repasa sin cortapisas todas las variables que dan forma a la multiforme Cuba, pasando a su vez por la caducidad de los ideales de la Revolución o la corrupción, pero sin mostrarse dogmático e incluso alertando -sin que resulte paradójico- de que irse de una Cuba casi inhabitable no es garantía de una vida mejor. También, Últimos días en la Habana es una película sobre la relatividad de la moral en situaciones específicas y los prejuicios que en el orden ético provocan ciertas conductas no muy habituales, que tienen más que ver con la percepción personal que con la vida misma.
Y aún así, bajo el barniz de una vida sin salidas, Últimos días en la Habana no es una película de ajustes de cuentas, al contrario, es un filme realista en lo esencial: la vida pasa rápido, los amigos nos traicionan, se prodigan las decepciones y nada chirría. El conjunto, aunque falla por su ritmo, resulta armonioso, los diálogos son frescos y naturales, la cinta está bien narrada, estructurada, montada y fotografiada.
Además, cuenta con unas brillantes interpretaciones donde sus protagonistas funcionan como perfectos antagonistas de una historia que hubieran preferido no protagonizar y que recuerda muchísimo al trabajo de otros dos grandes cubanos, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío y su Fresa y chocolate (1994).
José Luis Panero
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